Relatos breves

Relatos breves
EL JUEGO EMPIEZA AQUÍ (JUNIO, 2019)
Capital del Sur, junio de 2020, máximas ya de 38 grados, altos niveles de polinización del olivo, exámenes de Selectividad, niños/as que apuran los últimos días de un curso que toca a su fin, turistas con sombreros y crema solar deambulan algo perdidos por la ciudad.


María, 18 años, intenta conciliar el sueño en un duro banco pero un agudo dolor de estómago se lo impide, la punzada la acompaña desde que escuchó aquellos gritos a su espalda, después pudo pensar poco, solo vio como los agentes se abalanzaban sobre ellos, los esposaban y los metían a empellones en el coche policial. Quién iba a imaginar que aquella pegada de carteles, en este ocasión contra las casas de apuestas, una más de tantas para ellos (Stop Desahucios, manifestaciones y concentraciones de las Marchas, de la Marea verde, etc.) iba a terminar así, pero la rapidez, “diligencia” y violencia con la que actuó la policía en esta ocasión les pilló de improviso y sin escapatoria. Ahora solo puede pensar en la cara de sus padres cuando reciban la llamada de comisaría y cuando cierra los ojos visualiza el mensaje impreso en letras negras por el cual se halla donde está, “Fuera casas de apuestas de nuestros barrios”.

Luis, 45 años, Alfonsina le ha vuelto a dejar las tostadas demasiado crudas, pero no tiene tiempo que perder repitiendo órdenes que, además, a menudo, resultan inútiles, tan difícil es que cada uno cumpla con sus obligaciones... Echa un vistazo rápido a sus hijos, cascos en los oídos y móvil en la mano, tumbados en las hamacas junto a la piscina, qué desidia, nunca han sabido apreciar su trabajo ni corresponder con el propio, incluso la tutora de Alonso llamó ayer para avisar de que este verano seguramente traerá varias suspensas, pero ya se ve que su preocupación escasa y, por suerte, los negocios estos últimos dos años han ido tan bien que en lo que al futuro respecta tienen poco de qué preocuparse.

Roberto, 27 años, delgado, desaliñado, de piel negruzca y cuarteada mueve su brazo de un modo casi mecánico cada vez que atisba un coche. Si cierra los ojos frente al sol de justicia recuerda los rostros de Alba y los niños, y maldice la hora en que a la salida del tajo aun con los monos puestos se les ocurrió entrar en aquel local para divertirse un rato y probar suerte, quién sabe, igual arrancamos un pellizco y este verano podemos ir de vacaciones a la playa, recuerda cómo bromeaban y cómo inventaban alguna triquiñuela para que César, el hijo de Manolo de solo 17 años, pudiera entrar con ellos sin tener que marcharse solo a casa. Después, todo fue muy extraño y muy rápido, recuerda acostumbrarse a poner la mente en blanco y los oídos sordos mientras Alba le gritaba por haber dilapidado el dinero para tal o cual cosa de la casa o para los niños, y no puede olvidar el momento en el que, tras descubrirse que había vendido algunas pequeñas joyas heredadas de la madre de ella y aparatos de la casa, la mujer no pudo más y le pidió entre lágrimas que se fuera del piso.

Ana, 33 años, desde su despacho de alcaldesa mira por la ventana sin aún creerse estar allí, el esfuerzo ha sido mucho, es cierto, pero si en la vida la suerte es tan determinante, en política, imagínense. Todas las encuestas les daban segundos tras “la alcaldía del cambio” que regentaba el consistorio, pero, en el último momento, algunas declaraciones de los ocupantes de la alcaldía, la denominada por los periódicos ”izquierda radical”, les hicieron salirse en demasía del tablero por el flanco izquierdo e inclinaron la balanza para que este otro partido de “izquierda moderada” les arrebatara el consistorio. A quién se le ocurre prometer acabar con las casas de apuestas, asegurar procurar viviendas para las personas sin hogar expropiando a los grandes tenedores o terminar con los centros de internamiento para inmigrantes...desde luego que estas propuestas no fueron bienvenidas por el electorado. Una cosa fue peatonalizar el centro, perseguir el maltrato animal y organizar la caravana del orgullo gay, pero el empresariado, los medios y la opinión pública no vieron con buenos ojos este viraje. Parecía como si tras haber alcanzado la alcaldía, ahora, cual caballo de Troya, pretendieran cambiarlo todo. Ana lo vio claro, siempre lo había pensado, por qué coartar libertades, quién es usted para decirme a mí lo que puedo o no hacer, que haya casas de apuestas no me obliga a entrar y que entre no me obliga a seguir haciéndolo... y por qué mi mérito o los frutos de mi trabajo no me pueden hacer medrar más que los demás y tener lo que otros no tienen.

Hace dos años que empezaron a proliferar por la ciudad las casas de apuestas, especialmente en barrios con tasas de paro por encima del 50%, un 35% de riesgo de pobreza y sobre el 60% de abstención en los procesos electorales, los estados de nuestros personajes anteriores no se entenderían sin ellas, ¿jugamos?


¡CALLA, NO REMUEVAS LA HERIDA! (JUNIO, 2018)
Granada, cuatro de junio, seis y media de la tarde, María conduce su coche desde la capital hacia el pueblo de sus padres como tantas veces, sus dos hijos pequeños viajan en los asientos traseros y su compañero, en el de al lado.


Hoy van un poco más arreglados que de costumbre. Suena el disco de Rozalén, una de las músicas que vienen escuchando últimamente. María está algo nerviosa y emocionada como cuando acuden a alguna boda u otra reunión familiar. Al haberse sentado por fin en el coche ha recuperado algo de la serenidad perdida en el trasiego que supone ducharse y vestirse los cuatro en casa.

Mientras conduce, María no puede evitar acordarse de su abuela, siempre iba vestida de negro; era alta, delgada, fuerte y valiente. Recuerda, siendo ella una niña, acompañarla a la casa de alguna vecina en los días de verano que pasaban juntas en el pueblo y cómo escuchaba paciente y prudentemente, sin intervenir jamás, aquellas conversaciones de mayores intentando averiguar qué secretos escondían. Le costó mucho tiempo entender el porqué de tantos reproches a aquella mujer que había tenido un único hijo porque su marido había “muerto” cuando ella estaba embarazada. En contra de lo que cabría esperar, cuando en la charla surgía el asunto de la muerte del abuelo los comentarios no eran otros que “en qué hora marcharía”, “si no se hubiera metido en política”, “a quién se le ocurre, con una mujer embarazada”, y por parte de su abuela, como única respuesta, el silencio y la resignación. Imposible olvidar la falta de empatía de aquellas mujeres.

De repente su hijo mayor la saca de sus pensamientos: “Mamá, cuéntanos otra vez la historia del abuelo”. “¡Calla, no remuevas la herida!”, en el disco se escucha la voz de Rozalén, esa y otras parecidas fueron las respuestas que ella tuvo que escuchar cuando, ya algo mayor, se atrevió a preguntar por aquella historia silenciada. Sin embargo, ahora todo ha cambiado, la lucha de muchos años de su padre por recuperar los restos de su abuelo por fin ha dado fruto gracias también al trabajo voluntario de unos arqueólogos escoceses, que como aquellos que hace tantos años se jugaron la vida en nuestro país, no han dudado en venir a realizar las tareas de recuperación de los restos de las víctimas. “Claro, hijo, hoy sería el cumpleaños de tu bisabuelo Luis, el que fue asesinado en la guerra en el barranco del pueblo, este año por fin podemos ir a visitarlo al cementerio donde va a recibir un homenaje”, responde María, como siempre le ha dicho su padre: “las heridas si no se curan al aire, supuran y duelen más”.


DEDICATORIA (JUNIO, 2017)
Ganador del Certamen de microrrelatos Hipatia de Alejandría organizado por el Ayuntamiento y la Biblioteca pública de Güevéjar
Pronto tras finalizar sus estudios en el instituto consiguió lo que muchos hubieran ansiado. Su primer libro le llamó la atención a aquella editorial local y desde entonces su vida dio un vuelco, ahora se paseaba por las ferias del libro del país ya con su cuarta novela. Aun así no olvidaba aquel instituto en el que se había formado y en cuya biblioteca había leído algunas de las obras que le servirían más tarde como inspiración, así cada vez que le habían publicado un nuevo libro se había acercado por allí.

Aquella mañana el joven autor se dirigió como otras a su antiguo instituto, llevaba un ejemplar de su nueva novela para regalar a los profesores pero en el último momento decidió echar en su bolsa otro par más, nunca se sabía. Cuando llegó a la biblioteca enseguida reconoció a las profesoras encargadas de la gestión del préstamo. No estaban solas. Pequeños grupos de alumnos repasaban los últimos exámenes de junio y junto a su mesa dos alumnas de los primeros cursos interesadas por solicitar algunos libros conversaban con las docentes. Nada más ver a una de esas dos chicas el escritor pudo reconocer aquellos ojos, cómo haberlos olvidado. Su pelo, su sonrisa, su forma de hablar y sus gestos tampoco le eran desconocidos, de repente se sintió trasladado en el tiempo diez años atrás cuando él asistía a clase en aquellas aulas, le vinieron a la mente recuerdos agridulces de éxitos y fracasos académicos, de los primeros amores y desamores, de encuentros y desencuentros, de aquel tiempo en el que él y los de su generación llegaban allí con el ansía de quienes querían llevarse la vida por delante.

Al enterarse de que el chico era un conocido autor de novelas, las jóvenes mostraron mucho interés en él, querían saber cómo había logrado publicar sus libros y una de ellas se manifestaba interesada en recibir consejos para lograr publicar sus poemas y relatos. Después de una breve conversación y antes de despedirse el escritor buscó las dos novelas de más que llevaba en su bolsa de tela y sin dudarlo escribió una breve nota en cada una de ellas y se las entregó a las chicas.

Cuando la joven cuyos ojos le resultaban familiares al autor vio su dedicatoria estuvo por salir corriendo tras él, había equivocado su nombre, pese a que ella le había dicho que se llamaba Alicia en el libro había escrito “Para Isabel”, pero cuando leyó la dedicatoria del libro se encontró con que las palabras no eran de aquel joven, este las había tomado prestadas de otro famoso poeta granadino, y comprendió que no se trataba de un error, el libro no era para ella pero sí para alguien a quién ella vería al llegar a casa:

Si alguna vez la vida te maltrata,
acuérdate de mí
que no puede cansarse de esperar
aquel que no se cansa(ba) de mirarte.
(Luis García Montero)


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